Capítulo 1. La vida no es como nos
contaron que sería.
Jueves,
12 de octubre de 2017.
Cariño,
la vida no es como nos contaron que sería: creces jugando, estudias sin
preocupaciones, consigues con ilusión tu primer contrato de trabajo, con el
tiempo éste se convierte en indefinido y ocupas un puesto mejor en la empresa,
te enamoras de alguien, transformas el amor en un contrato indefinido, o sea, te
casas –puede que la pasión desaparezca de entre las cláusulas-, tienes hijos y
te mueres.
Crecer
jugando es lo que deberían hacer todos los niños; pero a veces no hay dinero
para juguetes o no tienes nadie con quién jugar porque los mayores están
intentando ya no llegar a fin de mes, que no llegan, sino juntar cuatro pesetas
para poder ir a comprar una barra de pan y hacer unas lentejas. Gracias a tener
un solo juguete –que aún recuerdo, era un abecedario electrónico- y un libro
que heredé de mis hermanas mayores aprendí a leer con cuatro años, supongo que
no hay mal que por bien no venga.
Y
entonces creces, pues la vida avanza con independencia de que las
circunstancias no sean las ideales, como lo hacen las margaritas silvestres,
sin tutor, un tanto torcida aunque siempre hacia arriba.
La
vida sigue avanzando y creces, ahora un poco más en serio, cuando tienes la
necesidad de tener ingresos propios. El pago de tus propias facturas,
seguramente, será la primera hostia que te lleves. Dejándote llevar por esa
ansiedad, aumentada por querer salir de casa cuanto antes, te autoconvences de
que estás haciendo realmente lo que quieres y eliges, prematuramente, una
opción responsable para tu futuro; pero en el fondo sabes que esa decisión sólo
garantiza tu seguridad, la que no te daban en otros sitios. Cierras los ojos y
sigues adelante con todo y contra todo lo que se ponga por delante, hasta que
un día los abres y te das cuenta de que tú siempre has querido más y que puedes
llegar donde quieras, tan sólo tenías que creer en ti. Te remangas y lo haces,
ahora sí, sin miedo.
Nos
han vendido que hay que tenerlo todo atado cuanto antes y eso nos corta las
alas, aferrándonos al suelo, nos achica la mente y nos encoge el corazón. Te
propongo que abraces la incertidumbre, la inseguridad y la ilusión por
encontrar algo nuevo cada día.
Lo
que sí es cierto, y esto nos equipara a todos, es el final del cuento: nos
vamos a morir. Sobre todo si intentamos seguir el modelo establecido: con
treintaytantos casado, con hijos pequeños que adoras pero te agobian (nunca
tengas hijos para intentar arreglar una relación o porque “es lo que toca”),
con un trabajo que es tu única vía de escape, una posición reconocida
socialmente, y al lado de una persona que hace mucho tiempo no comparte ya no
tus intereses sino el más mínimo interés por saber cómo te ha ido el día. Efectivamente,
si quieres hacer una vida aburrida de la que necesites escapar cada dos por
tres, tendrás la vida hecha. Esa no es tu madre (al menos por ahora, nunca se
puede decir “de esta agua no bebere”). Y, como nos vamos a morir, no sabemos si
hoy, mañana o dentro de 70 años, vivamos, joder.
No
llames vida a eso, vivir es otra cosa.
La
vida no es como nos la contaron, por suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario